Por los huecos, la basura, montones de basura por donde me
escurro, busco la vieja historia que me contaste de chico, y en lugar de
las páginas, suelo percibir que de las letras han quedado sólo
hormigas, y que un líquido gomoso me vuelve a conectar con el viejo tema
del hombre que se perdió un domingo. Ese líquido qué es. Pregunto:
gelatina, moco, el semen que sembramos ya descolorido, los restos de una
sopa que bebimos juntos, la goma de pegar con la que sellamos el
abrazo.
Esa vieja historia era el resumen de tu literatura. Y recuerdo que te
gustaba hacer recortes: textos periodísticos, hojas secas, fotos,
páginas de libros ya perdidos. Después te pegoteabas todo intentando
reunir esos materiales sueltos, y de a ratos venía el amor, para
completar la especie, o tu locura, la de asomarte por la ventana, silbar
a la gente que pasaba y luego esconderte para que los silbados se
dieran vuelta y siguieran camino, al fin, entre dubitativos y molestos.
Quisiera recordar. Quisiera saber de nuevo qué pasó con aquel hombre que
se perdió un domingo. Y por qué ese día, justamente. Preguntas: el día
del descanso que fijó el Señor, el día en que nos reunimos en familia
para comer ravioles, el día en que íbamos a confesar y comulgarnos, el
día que te vi, el día en que, religiosamente, despertábamos con la idea
de comprar el diario porque trae suplemento, ¿o nos gusta desayunar
afuera? ¿o de pic-nic? ¿o de sol? Y si no hay nada de eso, ¿que domingo
era ése?
Y el hombre: ¿cuál de nosotros era? Tal vez se borró del mapa,
decidió esconderse, lo secuestraron, se fue de viaje, le pegaron un
tiro, le arrancaron las uñas, se arrojó sobre las vías del metro, se fue
a comprar una revista y se tomó otro tren, se refugió en un cine para
estar solo, ¿se hizo planta? ¿se hundió? ¿O la existencia de ese hombre
no son más que pretensiones?
Mario Merlino
Annete Messeger |
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