BASTA
No, nunca será suficiente. Nunca
suficiente el viento clamoroso en los
árboles,
el sol y la sombra que maneja la hoja,
nunca es suficiente el sonido metálico
del martilleo de mi vecino,
los clavos de hierro, la madera que
cede, las ondas de sonido
que lamen los tejados, nunca es
suficientes
el quehacer de las abejas en las
gargantas
de lirios. ¿Cómo podríamos saciarnos
con la carne de los tomates maduros, el
único
olor de sus hojas machacadas. Se
precisarían muchos
nacimientos para esa aspereza.
Vida culpable. Solo es eso lo que más
queremos.
Lluvia de verano. Barro. Una taza de
té.
Nuestros dientes, nuestros ojos. Un
bebé en un cochecito.
Otra cucharada de crème brûlée, el
dulce crujir de la corteza quemada.
Y duchas calientes, amorosas, amorosas
duchas calientes.
Hoy fue un buen día.
Mi suegra se sentó en el porche,
comiendo galletas y queso
con un margarita aguado
y aunque sus uñas ya no despiden luz
roja
y no puede recordar quién está vivo y
muerto,
de todos modos, este fue un día sin
llanto, sin un llanto imparable.
Anoche por la pequeña ventana de mi
portátil
vi a un hombre moribundo suicidándose
en Suiza.
Llevaba una camisa azul y la nieve caía
sobre una pequeña casa azul, sobre las
oscuras aguja de pinos y de abetos.
No salió fuera a sentir la nieve en la
cara.
Se sentó en una mesa junto a su mujer
para beber veneno.
En internet encontré una bolsa de
plástico con velcro
y un orificio para el tubo de un tanque
de propano. No tendría
que mover nuestro Weber. Tan solo me bastaría deslizarme
por el estuco de las losas, donde las
malas
hierbas brotan a través de las
grietas.
Tal vez no sería peor
salir fuera mientras miro las hojas
amarillentas de la vieja Camelia.
Y desde allí podría ver los pollos
arañando,
si es que tenemos pollos todavía.
Este pequeño sombrero de vida, ¿cómo
llegaré
a quitarlo, mientras todavía puedo
superarme? Gorro de lana ,
cofia de encaje, la campana amarilla
con el velo de color amarillo.
Lo llevé en la Pascua al cumplir trece
años y mi madre me dejó pasear
con Tommy Spagnola en el paseo marítimo
de Atlantic City.
Oxígeno, oxígeno, el llanto del
cuerpo al que uno siempre quiere darle
lo que desea. Pero debo decir no,
basta, basta, con más ternura
de la que he dado a un amante, el don
del pezón que se endurece bajo mi
dedo, más
ternura que a mi recién nacido, al que
sostuve todavía salpicado
con mi sangre. Le voy a dar el más
suave rechazo
a este querido y mudo animal y apretaré
el broche alrededor de mi garganta que
fue una vez besado y besado
hasta que la sangre no pudo descansar
en su cauce aunque se elevara
hasta la superficie como un pez que no
puede aguardar a su captura.
Ellen Bass
Tr. del inglés
Victor Pasmore |
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