lunes, 14 de septiembre de 2009
Loretta Lux
Liebres, palabras
Cada cosa en el mundo vibra con la carne insustancial de su réplica.
Las palabras son espejos.
El cazador más infortunado siempre vuelve a casa con el morral repleto de la palabra “liebre”, o de su plural, “liebres”. Aunque la bolsa regrese vacía la palabra del cazador siempre cobra su presa. Dispara. No falla. Cae abatida la liebre imaginaria en la tierra y la palabra entera entra con su carne herida en el morral de cuero, puro sentido, vibración, sinécdoque.
Dentro de un grito, en cambio, dentro de un sonido gutural y simple, no parece haber nada más que materia sonora, sustancia elemental, sin forma de la lengua. Sin embargo, en ese grito están todas las cosas, está el universo con sus piedras austeras, con sus piedras que todo lo repiten y todo lo crean, las palabras.
Rafael Courtoisie.
Poesía y caracol.
5 comentarios:
Un texto muy hermoso, Ana... pero inquietante. La imagen del cazador no puede evitar la asocación con alguna forma de violencia... una violencia latente en cada palabra, la de apresar la particularidad en lo general, la de reducir la multiplicidad a una palabra... pecado original de toda palabra, de todo discurso, pero pecado inevitable porque sin esa voluntad de nombrar la inteligencia sería imposible (esa multiplicidad que arrastraba al delirio a Lord Chandos y a Funes el Memorioso).
En materia de poesía, prefiero al poeta coleccionista de trofeos, el poeta-Acteón, el cazador cazado según la hermosa imagen de Giordano Bruno.
Realmente, me gustan tanto la entrada como el primero de los comentarios. Ambos me parecen señalar ideas muy interesantes.
Después de un día pensado a ratos en la entrada y en el comentario, tengo que volver.
Como ayer, estoy de acuerdo en la descripción de la violencia del verbo.
Vuelvo, porque trato de encontrar una respuesta a las pregutnas con la que abandoné ayer esta cámara.
¿Existe ese poeta? Y de existir, esa uso del verbo, apacible, sosegado, ¿está restringido al poeta?
Esos son los puntos sobre los que me gustaría reflexionar. Y me gustaría, porque la respuesta me parece de alto valor social.
El uso violento del verbo, reduccionista, impositor, lo asocio con este mundo exhausto, encerrado en su círculo vicioso, donde el valor, donde los verbos, han perdido su significado. ¿existe una solución para este mundo?
Yo creo que sí, porque mi respuesta a las preguntas es. Sí, existe ese poeta, y no, el uso pacífico del verbo no se reduce a él.
Aquellos que humildemente hacen, copiando a Beppo, inspiración-paso-inspiración, crean, abren espacio-tiempo, y por lo tanto, para mí encajan con la segunda definición del poeta.
Por eso, este mundo dominado por la violencia, creo que necesita:
Primero voces que describan bien esa manera de hacer, que la construyan, y le den forma.
Dos, hombres y mujeres, que hagan y que actuen, de acuerdo con ese 'nuevo' paradigma.
Sin los que desarrollen la teoría, y los partidarios de la misma, no me parece que podamos salir del paradigma enviciado en el que nos encontramos.
Creo pues, que la redefinición del espacio y el tiempo de una persona, basado en lo que hace, y sobretodo, cómo lo hace, es la auténtica revolución que debemos afrontar.
gracias por la entrada y por el texto. cada vez que entro en tu blog es una terma. siguiendo a José Luis (un abrazo), yo también prefiero la mirilla al disparo y el cañón significante recortado, para que algo quede detonando en piel propia. un saludo. JLM
El texto es magnífico y apunta a la razón instrumental que criticaba Horkheimer. Por eso el grito lo contiene todo y -habría que decir también- es la ominosa síntesis de todo lo sometido a la razón instrumental. La fotografía me parece repulsiva.
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