lunes, 15 de abril de 2013

U

lises





A Enrique Badosa, por su generoso magisterio.




Abres, tahúr, los ojos de repente: es medianoche, estás

en lo hondo del bosque, no entre tus sábanas. Tienes

llena de musgo la boca, y vas tocado

con una absurda guirnalda de flores

que se deshace en tu cabeza.




Te mira con piedad hasta el porquero.

Para él,

las certezas y la saciedad.

Tú vives

en un bucle de aire,

eres un habitante de los puentes.

Ávido, arisco, desvelado, vagas

por los pasillos,

balbuceas, fantasma,

como a punto de decir un nombre

que desconoces, y en ese mismo trance,

en ese filo

te consumes. Eres tú

el morador de los puentes:

sólo tu sombra toca el suelo.




Abres los ojos de repente, es medianoche, estás

en tensión asomándote

al balcón del palacio, y te ahogas;

los abres —medianoche, tahúr— y te sorprendes

recorriendo la blonda de espuma de la isla;

los abres y no estás en el precario

límite de tu piel;




en vano, ya lo sabes, te embruteces

con las hecatombes, con el vino

cada vez menos rebajado.

No se cierra esa puerta tras de abrirla

y el hechizo es tu casa —es tu exilio—,

amarrado al palenque de un instante,

para siempre sumido

en un silbo de sirena.




Extranjero, tahúr, ya no te pertenece

el reino de la vida. Quedas

a las puertas de un reino insoportable.




Mateo Rello

Chema López

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