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| Chus Pato lee y ana escucha |
ALMORFE
Queridísima Cambria: ayer enterramos
a Manolo de Almorfe, caminamos perdidos por la carretera hasta dar con el
tanatorio, la antigua escuela de Ataraza a un kilómetro de Carballeira. Éramos
pocos: los primos de papa, los que quedan vivos, algunos vecinos y los descendientes
de mi generación: mamá y tía Nita se contaban entre las más jóvenes, tienen
–como sabes— ochenta y setenta y nueve años. Subimos la cuesta escarpada hasta
la iglesia parroquial; los primos franceses y la mayoría de los de mi edad no
entraron para la ceremonia debido a sus ideas de izquierda, si lo hicimos
Néstor, los primos alemanes y yo para no dejar desamparados a los ancianos que
nos precedían. La iglesia estaba fría y húmeda como corresponde, el retablo evocaba
en dorado y azul la heráldica campesina del desierto, el rito insoportable.
Ante nuestro asombro Manolo fue enterrado directamente en la tierra, a muy escasa
profundidad; en francés alguien preguntó si en Galicia no había cementerios
civiles y rápidamente en catalán, en alemán, en gallego pasamos a un
intercambio sobre las diferentes maneras de dar tierra a los difuntos en los
respectivos países de procedencia. Sabíamos que este era nuestro último
entierro y que por tanto tardaríamos en juntarnos o quizás nunca más habíamos de
estar todos nosotros juntos; alguien recordó como el abuelo vendió el panteón
pero ninguno de los mayores quiso dar respuesta al interrogante de esa venta
insólita; se habló, para alegría de una de las más pequeñas de nosotros que no
era sabedora, de la fidelidad a la república del abuelo de Almorfe y de como
fuera perseguido en los años más duros del fascismo por sus convicciones y sus
actos y así se suceden los cuerpos, así se dispersan las generaciones.
Tr. del gallego
Chus Pato

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