viernes, 18 de octubre de 2013

TRES MUJERES DE SYLVIA PLATH POR MARÍA RAMOS EN NÓRDICA LIBROS




PRIMERA VOZ:


Soy lenta como el mundo. Soy muy paciente,
girando a mi ritmo, los soles y las estrellas
me observan con atención.
El interés de la luna es más personal:
pasa y vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.
¿Acaso se siente culpable por lo que va a suceder? Creo que no.
Simplemente le asombra tanta fertilidad.

Cuando salgo, soy un gran acontecimiento.
No tengo que pensar ni que prepararme.
Lo que suceda en mí sucederá por sí solo.
El faisán se yergue sobre la colina;
está ordenando sus plumas marrones.
No puedo evitar sonreír ante este conocimiento.
Pétalos y hojas me acompañan. Estoy lista.



SEGUNDA VOZ:


Cuando vi por primera vez la pequeña hemorragia roja, no podía creerlo.
Miré a los hombres andar a mi alrededor en la oficina. ¡Eran tan pasivos!
Había algo en ellos, algo acartonado, y ahora  lo comprendo,
ese plano, plano vacío del que provienen las ideas, destrucciones,
bulldozers, guillotinas, las habitaciones blancas llenas de gritos.
El avance infinito, los ángeles fríos, las abstracciones.
Me senté en mi escritorio con mis medias, mis tacones,

y el hombre para el que trabajo se echó a reír: «¿Qué has visto tan terrible?
De pronto estás pálida.» Y no dije nada.
Vi la muerte en los árboles desnudos, la pérdida.
No podía creerlo. ¿Tan difícil es para el espíritu
concebir un rostro, una boca?
Las letras proceden de estas teclas negras, y estas teclas negras proceden
de mis dedos alfabéticos, ellos ordenan las piezas,

piezas, pedazos, mecanismos, la brillante multiplicidad.
Muero sentada. Pierdo una dimensión.
Trenes rugen en mis oídos, salen, ¡salen!
La plateada vía del tiempo se vacía en la distancia,
el cielo blanco se vacía de su promesa, como una copa.
Estos son mis pies, ecos mecánicos.
Tap, tap, tap, estacas de acero. Algo me falta.

Es una enfermedad que llevo a casa, es una muerte.
De nuevo, una muerte. ¿Es el aire,
las partículas de destrucción que absorbo? ¿Es que soy sólo un pulso
que mengua y mengua, frente al ángel frío?
¿Es ella mi amante, entonces? ¿Esta muerte, esta muerte?
Cuando era niña amé un nombre corroído por el liquen.
¿Es ese el único pecado, entonces? ¿Este viejo amor muerto a la muerte?


TERCERA VOZ:


Recuerdo el instante en que lo supe con certeza,
los sauces perdían su calor,
el rostro en el estanque era hermoso, pero no me pertenecía –
tenía un aspecto importante, como todo lo demás,
pero lo que yo veía eran peligros: palomas y palabras,
estrellas y lluvias de oro –¡concepciones, concepciones!
Recuerdo un ala blanca y fría,

el gran cisne, con su aspecto terrible,
viniendo hacia mí, como un castillo, desde la cima del río.
Hay una serpiente en los cisnes.
Se deslizó; su ojo contenía un mensaje oscuro.
Vi el mundo en él –pequeño, mezquino y negro,
palabras minúsculas enganchadas unas a otras, y los actos a los actos.
Algo había brotado de aquel día cálido y azul.

No estaba preparada. Las últimas nubes se precipitaron,
arrastrándome en cuatro direcciones.
No estaba preparada.
No sentía respeto.
Creí que podría negar las consecuencias –
pero ya era tarde para eso. Era demasiado tarde, y el rostro
cobró nitidez, lleno de amor, como si estuviese lista.


Sylvia Plath
Tr. de María Ramos
Ilustraciones de Anuska Allepuz





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