domingo, 29 de diciembre de 2013

- Ser pobre tiene pocas ventajas,  naturalmente, pero tiene esta: tener que escuchar a la gente. Escuchar forma parte de la estrategia de los pobres. No quiero decir que se haya de escuchar a todo el mundo. Se ha de escuchar a quien conviene. Eso sí: hay que escuchar bien o al menos dar la impresión de que se escucha bien. Se ha de dar la impresión de adhesión activa a la persona que habla. Se puede tener el pensamiento donde se quiera, pero se ha de dar la sensación de presencia y de adhesión a la persona que habla. Esto último es bastante sencillo: consiste en mantener una cierta vivacidad en los ojos, mirar de una manera tierna y pronta y hacer, mientras tanto, con la cabeza los movimientos de asentimiento paralelos a las cosas que la otra persona va formulando. También es muy útil decir, de vez en cuando:¿Quiere hacer el favor de repetir lo que decía hace un momento?¿Tendría la amabilidad de aclararme el concepto al que aludía hace un instante? Los hombres quieren ser escuchados. Es lo que les gusta más. Les gusta más que el dinero, que las mujeres y que comer y beber bien. Un hombre escuchado se convierte en un presuntuoso absolutamente feliz. Ahora bien: cuando los hombres se saben escuchados, se vuelven débiles. Estos momentos de debilidad son la única rendija a través de la cual pueden desprenderse una gota de generosidad del granito humano. Es de estos momentos de los que un pobre puede aprovecharse. Si no los sabe crear ni sacarles provecho, malo…El sistema de la parasitología, establecido naturalmente entre los hombres, y entre los hombres y las mujeres, se basa en la adulación –en el gusto físico que da el hecho de sentirse adulado- y la forma más activa y disimulada – es decir, más eterna- de la adulación es saber escuchar de una manera natural, activa y discreta. Contribuye mucho a llegar a esta naturalidad no cometer la tontería de mostrar lo que uno sabe realmente. Los propios conocimientos –si es que se tiene alguno- se han de saber disimular hasta el punto justo; sin caer en cambio en el extremo de acentuar demasiado la propia estupidez.
Josep Pla



Kantor

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