- Ser pobre tiene
pocas ventajas, naturalmente, pero tiene
esta: tener que escuchar a la gente. Escuchar forma parte de la estrategia de
los pobres. No quiero decir que se haya de escuchar a todo el mundo. Se ha de
escuchar a quien conviene. Eso sí: hay que escuchar bien o al menos dar la
impresión de que se escucha bien. Se ha de dar la impresión de adhesión activa
a la persona que habla. Se puede tener el pensamiento donde se quiera, pero se
ha de dar la sensación de presencia y de adhesión a la persona que habla. Esto
último es bastante sencillo: consiste en mantener una cierta vivacidad en los
ojos, mirar de una manera tierna y pronta y hacer, mientras tanto, con la
cabeza los movimientos de asentimiento paralelos a las cosas que la otra
persona va formulando. También es muy útil decir, de vez en cuando:¿Quiere
hacer el favor de repetir lo que decía hace un momento?¿Tendría la amabilidad
de aclararme el concepto al que aludía hace un instante? Los hombres quieren
ser escuchados. Es lo que les gusta más. Les gusta más que el dinero, que las
mujeres y que comer y beber bien. Un hombre escuchado se convierte en un
presuntuoso absolutamente feliz. Ahora bien: cuando los hombres se saben
escuchados, se vuelven débiles. Estos momentos de debilidad son la única
rendija a través de la cual pueden desprenderse una gota de generosidad del
granito humano. Es de estos momentos de los que un pobre puede aprovecharse. Si
no los sabe crear ni sacarles provecho, malo…El sistema de la parasitología,
establecido naturalmente entre los hombres, y entre los hombres y las mujeres,
se basa en la adulación –en el gusto físico que da el hecho de sentirse
adulado- y la forma más activa y disimulada – es decir, más eterna- de la adulación
es saber escuchar de una manera natural, activa y discreta. Contribuye mucho a
llegar a esta naturalidad no cometer la tontería de mostrar lo que uno sabe
realmente. Los propios conocimientos –si es que se tiene alguno- se han de
saber disimular hasta el punto justo; sin caer en cambio en el extremo de
acentuar demasiado la propia estupidez.
Josep Pla
Kantor
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