miércoles, 12 de febrero de 2014

POESÍA CONTEMPORÁNEA EN ÍNSULA



RESPIRAR COMO UN RÍO CONTRA TODO LO QUE DESAPARECE
En una breve nota al sesgo , Marosa di Giorgio apunta con extraordinaria precisión:  Se oye una conversación lejanísima en en el horizonte; es en voz baja,pero se oye claramente aquí.  Abordar la temática de la propia escritura poética nos introduce en esa dicotomía de la presencia absoluta, radical, tal vez huella del sonido de un pensamiento que se ha situado dos tonos por encima o dos tonos por debajo de la propia habla. Responder a la exigencia de formular una poética implica sobrevolar las distintas estrategias que he adoptado para organizar mis conflictos frente al mundo a lo largo de las textualidades que en mi breve vida he desarrollado con el miedo que supone la posibilidad de abordarse tautológicamente.
De Gracián a Blanca Varela, de Dickinson a Aldana no son pocos los creadores en los que me he mirado con la esperanza del reflejo entusiasta. El principal arraigo de la poética, en consecuencia, no es tan solo su escritura sino el laberinto extraviado de reflejos donde ese yo incipiente, sentiente se dispone a darle forma a su propia soledad a través de una palabra que es capaz al mismo tiempo de dejar testimonio de lo incierto y huella de lo visible. Respirar como un río contra todo lo que desaparece, he dejado dicho en uno  de los poemas que componen el texto la soledad de las formas.
La palabra poética, dicha en voz baja –como quería Marosa di Giorgio- aparece como el propio temblor de la carne, en el límite, pulsando el núcleo social del idioma que constituye el lenguaje común: donde dijimos límite es orquidea, también dije. Mientras tanto el ritmo organiza el temblor de la carne del pensamiento que fluye en el poema, contra la gran ofensa del mundo (Pasolini). Los personajes del poeta, la máscara del poema es su propio ritmo necesariamente siempre fundador, iniciador:”el tiempo, un viento blanco, que entretiene las formas cada vez que dedica sus manos a la noche”.  De todo esto se deduce, cuanto menos, una observación práctica. Escribir un poema por incomodidad. Por insatisfacción. Buscar orden donde no lo hay. Forma donde no encuentro. Silencio donde hay ruido. En el reino del agua no hay fronteras. Dejé dicho en Clepsidra. El sonido del poema, en consecuencia, como sonido del pensamiento que es brota del cuerpo. Viene del temblor y suspende en su humildad, como el pequeño dios de Pound, los ritmos del afuera y del adentro: Recogimiento/ voz/ que alumbra las paredes./Primavera en secreto.
El poema,además, al ser temblor es un gesto verbal que puede ser documentado o no. De ahí, el libro como depósito, como acumulación. Nunca como un documento o un archivo. El poema, el más vivo de sus congéneres literarios, irrumpe con la fuerza de la vida del gesto solo de la comunidad. Va, como la propia entraña: golpe tras golpe / como pólvora seca/ sobre la escarcha. Siendo motor y huella de una organicidad que se sabe improbable en el murmullo pavoroso de la ciudad. La poesía no es abstracta, es carne del pensamiento: el cuerpo que se duerme en el rumor del pájaro/ no es esta voz no es este tono lejos se agrupan/ límites sueños islas somos lo que nos ciega/ pasarán sin embargo los vértices las tercas/avenidas sin dueño sobre el telón del ojo/ del sonido en la piel las torpes transparencias.  O, como dice Julia Castillo, He fabricado/ mirar./ Lo que se escucha.
La necesidad de jugar con ese sonido, liberarlo del proceso instrumental, de las adherencias de lo común convierte además el verso, cualquier verso, en uno de los mayores espacios críticos que se le puede ofrecer al idioma: propiedad y pertenencia frente a las neolenguas que atraviesan nuestro cotidiano. La palabra es el poeta, como dice Eduardo Scala. Jugar sin jugar. Conjugar. En ese espacio de la maravilla, desde el centro del cuerpo, organizándose frente al mundo como un caballo de ajedrez (no de batalla) surge el espacio milagrosos de la poesía: Como el que come arcilla, pan y barro.


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