RESPIRAR COMO UN RÍO CONTRA TODO LO
QUE DESAPARECE
En una breve nota al sesgo , Marosa di Giorgio apunta con extraordinaria
precisión: Se oye una conversación
lejanísima en en el horizonte; es en voz baja,pero se oye claramente aquí. Abordar la temática de la propia escritura
poética nos introduce en esa dicotomía de la presencia absoluta, radical, tal
vez huella del sonido de un pensamiento que se ha situado dos tonos por encima
o dos tonos por debajo de la propia habla. Responder a la exigencia de formular
una poética implica sobrevolar las distintas estrategias que he adoptado para
organizar mis conflictos frente al mundo a lo largo de las textualidades que en
mi breve vida he desarrollado con el miedo que supone la posibilidad de
abordarse tautológicamente.
De Gracián a Blanca Varela, de Dickinson a Aldana no son pocos los
creadores en los que me he mirado con la esperanza del reflejo entusiasta. El
principal arraigo de la poética, en consecuencia, no es tan solo su escritura
sino el laberinto extraviado de reflejos donde ese yo incipiente, sentiente se
dispone a darle forma a su propia soledad a través de una palabra que es capaz
al mismo tiempo de dejar testimonio de lo incierto y huella de lo visible.
Respirar como un río contra todo lo que desaparece, he dejado dicho en uno de los poemas que componen el texto la
soledad de las formas.
La palabra poética, dicha en voz baja –como quería Marosa di Giorgio-
aparece como el propio temblor de la carne, en el límite, pulsando el núcleo
social del idioma que constituye el lenguaje común: donde dijimos límite es
orquidea, también dije. Mientras tanto el ritmo organiza el temblor de la carne
del pensamiento que fluye en el poema, contra la gran ofensa del mundo
(Pasolini). Los personajes del poeta, la máscara del poema es su propio ritmo
necesariamente siempre fundador, iniciador:”el tiempo, un viento blanco, que
entretiene las formas cada vez que dedica sus manos a la noche”. De todo esto se deduce, cuanto menos, una
observación práctica. Escribir un poema por incomodidad. Por insatisfacción.
Buscar orden donde no lo hay. Forma donde no encuentro. Silencio donde hay
ruido. En el reino del agua no hay fronteras. Dejé dicho en Clepsidra. El
sonido del poema, en consecuencia, como sonido del pensamiento que es brota del
cuerpo. Viene del temblor y suspende en su humildad, como el pequeño dios de
Pound, los ritmos del afuera y del adentro: Recogimiento/ voz/ que alumbra las
paredes./Primavera en secreto.
El poema,además, al ser temblor es un gesto verbal que puede ser
documentado o no. De ahí, el libro como depósito, como acumulación. Nunca como
un documento o un archivo. El poema, el más vivo de sus congéneres literarios,
irrumpe con la fuerza de la vida del gesto solo de la comunidad. Va, como la
propia entraña: golpe tras golpe / como pólvora seca/ sobre la escarcha. Siendo
motor y huella de una organicidad que se sabe improbable en el murmullo
pavoroso de la ciudad. La poesía no es abstracta, es carne del pensamiento: el
cuerpo que se duerme en el rumor del pájaro/ no es esta voz no es este tono
lejos se agrupan/ límites sueños islas somos lo que nos ciega/ pasarán sin
embargo los vértices las tercas/avenidas sin dueño sobre el telón del ojo/ del sonido en la piel las torpes
transparencias. O, como dice Julia Castillo,
He
fabricado/ mirar./ Lo que se escucha.
La necesidad de jugar con ese sonido, liberarlo del proceso instrumental,
de las adherencias de lo común convierte además el verso, cualquier verso, en
uno de los mayores espacios críticos que se le puede ofrecer al idioma:
propiedad y pertenencia frente a las neolenguas que atraviesan nuestro
cotidiano. La palabra es el poeta, como dice Eduardo Scala. Jugar sin jugar.
Conjugar. En ese espacio de la maravilla, desde el centro del cuerpo,
organizándose frente al mundo como un caballo de ajedrez (no de batalla) surge
el espacio milagrosos de la poesía: Como el que come arcilla, pan y barro.
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